Una marimba para su reino

En un pueblo de pescadores se cantaba la marimba con tanta bulla y alegría que sus notas cruzaron el mar y llegaron hasta el mismo infierno. Fascinado por la música, al diablo se le ocurrió conseguirse las almas de un conjunto de marimba para alegrar su reino. De inmediato, el cachudo cerró con candado las puertas del infierno y se dirigió al pueblo.

En las afueras, las casas retumbaban con el zapateo de los bailarines. Astutamente, el diablo se convirtió en un hombre buen mozo y bien vestido y entró en una casa enfiestada. Las mujeres agitaban sus polleras y los hombres lanzaban sus pañuelos como flechas de amor. El músico principal, un muchacho llamado Campa, tocaba el requinto mientras recitaba unas coplas de desafío:

Un cangrejo con su espada

me quiso poner un cacho.

Yo le prendí una patada

y le rompí el carapacho.

El cachudo sonrió de oreja a oreja: ese era el músico que quería para su reino. Se paró al frente y lo retó con unas coplas:

Yo salí por Guadualito

y subí por Derrumbado;

sabes que estás cantando

con el diablo desatado.

La música calló y los presentes se quedaron horrorizados: el que acababa de cantar era el diablo en persona. Los bailarines se echaron a temblar pues si alguien no respondía, estaban condenados a la gran olla del cachudo. Pero Campa no se hizo esperar y cantó:

Desde que te vi tengo

un gran dolor de cabeza.

Para un diablo desatado,

venga Dios con su grandeza.

¡Pum! Retumbó la casa y los asistentes fueron a dar por los suelos. El cachudo, vencido por el nombre de Dios, regresó al infierno echando humo de las orejas por no haber podido traer un conjunto de marimba para su reino. Pero decidió intentarlo de nuevo.

Esta vez se dirigió a un pueblo donde la gente celebraba la victoria por una guerra.

—Este sí es un gran pueblo. —se rio el diablo a candeladas—. ¡Entero me lo voy a llevar!

El cachudo entró en una casa donde la gente bailaba y cantaba al ritmo de la marimba. Al igual que la vez anterior, se paró al frente de los asistentes y empezó a recitar que daba gusto. Francelino, el glosador principal de la fiesta, le respondía al punto. Las coplas iban y venían, hasta que el diablo notó que su rival estaba más concentrado en mirar a una bella muchacha que en el desafío. Decidió entonces improvisar una copla para identificarse y llevarse a Francelino:

Soy hijo de la cornuda,

soy enemigo del frío;

pongan atención señores,

que ya Francelino es mío.

Todo el mundo se quedó helado. El diablo estaba en medio de la fiesta. La bella muchacha, que era novia del glosador, sacó un escapulario para decir una plegaria. Pero Francelino cantó primero:

Yo al infierno me bajé

solo con mi escapulario,

y al diablo le hice rezar

el santísimo Rosario.

¡Pum! El diablo dio una patada que hizo retumbar el suelo y desapareció. La casa se llenó de olor a azufre y los asistentes corrieron despavoridos.

Una vez en el infierno, el cachudo se sentó en su trono y, mientras se rascaba los cachos con un tridente, llegó a la conclusión de que debía ser más discreto. Lo mejor sería ganarse la confianza de las gentes, bailar un poco y cuando los músicos estuvieran cansados y con sueño, componer su desafío.

Con esta idea, se dirigió a otro pueblo en las orillas de un río, se confundió entre la gente y en la noche se fue para una casa donde se tocaba la marimba. Bailaba tan bien que los asistentes se quedaron maravillados con los pasos del forastero.

Sin embargo, a doña Juana, la mamá de una muchacha casamentera, le pareció sospechoso el desconocido bailarín, lo observó con atención y se dio cuenta de que era el diablo. Sin perder tiempo, doña Juana se fue a su casa, tomó un frasco con agua bendita y mandó a un chico con un recado para el bailarín.

El diablo sonrió cuando el chico le dio el recado, feliz al imaginar que la señora le iba a ofrecer la mano de su hija. Se encaminó enseguida a las orillas del río, lugar donde se encontraría con la futura suegra.

Doña Juana esperaba resuelta a ahuyentar al diablo para salvar al pueblo. Cuando lo vio venir, las piernas le empezaron a temblar. Para burlarse, el cachudo improvisó una copla:

En un tiempo ya pasado

mi mujer sí me quería,

y mi suegra me presumía

que buen yerno me ha tocado.

Doña Juana no sabía componer coplas, pero era una ferviente devota. Así que sacó la botella con agua bendita y la arrojó en la cara del cachudo.

¡Pum! Retumbó un trueno en el cielo y el diablo se arrojó al río. Nunca más se lo volvió a ver en busca de un conjunto de marimba para su reino. Como recuerdo, los glosadores le compusieron una rima:

Un diablo se cayó al agua,

vino otro y lo recogió.

Y otro diablo decía

¿cómo diablo se cayó?



Autor: Mario Conde