Cuatrocientas voces

En tiempos cuando el mundo era todavía joven, Taita-Huriata —el espíritu del Sol— y Mama-Kuerari —el espíritu de la Tierra— estaban felices porque iban a tener un hijo.

Una mañana temprano, Mama-Kuerari se sentó en un tronco seco a ver volar a los pajaritos, que en aquellos tiempos tenían las plumas opacas. Le dieron entonces ganas de pintarlos y, con ayuda de Taita-Huriata, se puso a trabajar inmediatamente. Mientras el espíritu del Sol mezclaba los colores en unas vasijas y sostenía las avecitas, ella untaba unos pinceles y les pintaba la cabeza, el pecho, las alas y la cola.

Una vez vestidos de plumajes coloridos, los pajaritos revoloteaban felices y daban las gracias silbando hermosos cantos.

Larga era la fila de espera y cientos de avecitas aguardaban su turno pacientemente. Entre la extensa fila, sobresalía un pájaro pequeño que antes de recibir el regalo de los colores cantaba agradecido con los espíritus.

A Mama-Kuerari le gustó la voz del pajarito, tanto que lo llamó y lo colocó sobre su hombro izquierdo para que le cantara al oído mientras ella esparcía colores y alegría.

Los espíritus se pasaron ocupados el día entre plumas y colores. A sus manos llegaban cuerpecillos opacos como la neblina; volaban luego raudos arcoíris de plumaje amarillo oro, azul acero, rojo arándano, verde bosque, rosa polvo, naranja fuego, turquesa océano, blanco imposible.

Al caer la tarde, se terminó por fin la fila de avecitas, al tiempo que se acabó también la pintura de las vasijas. Cientos de pájaros teñían el cielo con nuevos colores. Todos lucían hermosos plumajes, todos excepto el pajarito cantor sobre el hombro de Mama-Kuerari. Como no estaba en la fila, los dioses se habían olvidado de él, así que era el único que todavía llevaba las plumas opacas. Pero aún así seguía cantando.

Taita-Huriata se sintió apenado. Con gotitas de saliva, removió los restos de pintura de las vasijas y obtuvo una aguada mezcla oscura. Tras aplicarla en el pajarito, este quedó con las plumas manchadas de ceniza.

No había más pintura así que, como la avecita cantaba bonito, Mama-Kuerari decidió compensarle regalándole cada una de las voces de los pájaros pintados aquel día. El pajarito revoloteó feliz y dio las gracias con sus cientos de voces nuevas.

A esta avecita los aborígenes del antiguo México le dieron el nombre de centzon-tototl o sinsonte, que quiere decir pájaro de cuatrocientas voces.


Autor: Mario Conde